Comillas
El miércoles lo dedicamos por completo al turismo urbano. Debimos llegar a Comillas a eso de las 13h todo un record tratándose de nosotros. El pueblo me pareció bastante agradable con una zona de costa de acantilados y una zona para el baño bastante amplia.
Caminar por sus calles era un premio para la vista pero además se pueden visitar bastantes lugares de interés: el mirador, el Palacio de Sobrellano, la Universidad Pontificia, el Capricho de Gaudí, etc.
En resumen se puede dar un paseo muy agradable haciendo una escapada a Comillas (\”)
Sobre las 15h buscamos un sitio para comer de menú. Beni fue tan insensato como para pedir paella de marisco. Después la calificó como insípida. No me extraña y no lo entenderé en la vida: un valenciano pidiendo paella en Cantabria, en fin... Yo conseguí portarme bastante bien y no tiré ninguna copa sobre la mesa.
San Vicente de la Barquera
Después de eso pusimos rumbo a San Vicente de la Barquera. Me esperaba un poco más, el pueblo está bien pero después de ver Comillas el listón estaba bastante alto. Además nos encontramos un poco de tráfico a nuestra llegada. Caminamos desde el puerto hasta la zona del castillo y los paisajes que se pueden ver rodeando a la población son bastante bonitos.
Tal vez hubiera sido buena idea comer en San Vicente a base de pescado, era una de las ideas que llevábamos, sobre todo porque esa tarde intentamos comprar sardinas en las pescaderías de la localidad y no conseguimos encontrar ninguna. Este hecho sin gran importancia en un principio se convirtió en uno de los retos más importantes del viaje para Isabel: comer sardinas. En el camino de vuelta paramos con el objetivo de comprarlas en Unquera y tampoco habían. Frustración. Compraron truchas y las torramos en la casa.
Pero eso no le bastaba a Isa y lo intentaría una vez más el Viernes almorzando en Tama:
- ¿Tenéis sardinas? - Preguntó nerviosamente.
- ¡Claro! - Contestó el camarero con indiferencia.
- ¡Qué bien! ¿Son fresjjjjjjjcas? - En su cara se reflejaba una sonrisa de satisfacción mientras mostraba su habla manchega al interrogar al hostelero.
- Pues la verdad es que son de lata, de conserva – Contestó atónito pues no entendía como alguien podía pretender encontrar sardinas recién sacadas de una lonja en un pueblo de montaña a más de 300 metros de altura y a unos 50 km de la costa por una carretera llena de curvas. Pero claro, el camarero no sabía que estaba ante la mujer del valenciano que pedía paella en Cantabria. Tal para cual.
Isa seguiría sin sus sardinas y los demás acuñamos una de las frases del viaje:
Fui a Cantabria. Pedí sardinas y... ¿sabes lo que me trajeron? Naaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa