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Pasamos bajo el arco y miré mi reloj. Habíamos completado la primera vuelta y marcaba 59:59.

- Una hora justa – dije- Si mantenemos el ritmo podemos bajar de dos horas – David asintió y yo sabía que el hombre de rojo que se nos había pegado los últimos tres kilómetros lo había oído también
Iba a ser difícil pero la cosa pintaba mejor que en la media de Valencia. Al menos a mitad de carrera no había nada que recuperar, sólo mantener el ritmo y confiar en poder apretar un poco al final. Llegamos a la marca del kilómetro once y pulsé el botón de vuelta.
- Hemos hecho este kilómetro en 5:29 – La gente parecía haberse puesto nerviosa al comenzar la segunda vuelta. David contestó que había que mantener pero el de rojo parecía acelerar y el otro no quería dejar que se fuera. Supe lo que iba a pasar y continué – Yo no voy a poder ir a más de esto, pilla un ritmo cómodo que puedas mantener hasta el final - Era su primera media maratón.

 

Comenzaron a escaparse lentamente, metro a metro. Me asustaba la idea de que fuera yo el que se estaba desplomando y no ellos los que se venían arriba. Necesitaba confirmarlo en la siguiente marca, pero ¿dónde estaba el doce? Ni rastro, o quizá me había despistado y se me había pasado. Más tensión, tendría que comprobarlo en el trece. Todo seguía bien pero tenía que estar seguro. Allí estaba el panel: 11:07 lo que significaba unos 5:33 por kilómetro. Mantenía el ritmo a ocho para el final. Se necesita una media de 5:41 para llegar en dos horas a meta en una media, así que estaba ganando un colchón de casi medio minuto. Y cada vez que le daba al botón rojo la ventaja aumentaba 5:36, 5:34, 5:34. Mis piernas funcionaban como un reloj a cinco del final.

Ahora tenia pegado a alguien de naranja. La mayor parte de la carrera me había sentido liebre de alguien, de David y el de rojo al principio y ahora de este. Llegamos un camino de naranjos con ligero desnivel en contra. En la primera vuelta habían sido los pasos más lentos pero podía controlar la situación. 5:54 en el temido 17, algo peor de lo que esperaba, se llevaba una buena parte de mi colchón aunque podía encajarlo y me sentía bien. A por el siguiente.

- El de naranja parece aguantar a duras penas tal vez lo descuelgue – Pensé, pero poco después al llegar a la rotonda que nos encarrilaba hacia la estación de metro de Picanya se me puso en paralelo y en seguida se me adelantó. No estaba apretando el, era yo el que me venía abajo. Mis rodillas habían decidido mandarme señales de alarma y eso se convertía en un 5:45 en dieciocho – Puede valerme – A estas alturas las conversaciones conmigo mismo empezaban a ser muy frecuentes – Si mantengo la velocidad puedo bajar de las 2 horas – Cálculos mentales, odiosos cálculos mentales que surgen cuando se acercan el final de una carrera. Cálculos que demostraban que lo que decía era cierto. Si no me desplomaba llegaría unos segundos antes de completar segunda hora de carrera.

Mis rodillas seguían aumentando la sensación del dolor, pero intentaba hacer caso omiso y al completar el decimonoveno mi cronómetro indicó 5:44, algo que era una noticia medianamente buena porque las matemáticas seguían de mi lado y sin embargo cada vez me costaba más. Tenía la sensación de que iba más despacio, no sólo por las rodillas sino porque mis pies parecían no levantarse a la misma altura del suelo que con anterioridad. Empezaba a sentir rabia, había llevado una buena marcha durante toda la carrera y todo se iba a ir al traste al final. Para colmo ya veía el puente ante mí.

5:51 en el veinte, eso ya no era una buena noticia y no podía más. La única posibilidad era subir a buen ritmo y usar la bajada para ganar tiempo. Si conseguía hacer lo primero lo segundo era fácil, sólo consistiría en alargar la zancada y dejar trabajar a la gravedad. Empecé el ascenso y mis pasos eran demasiado cortos, cada vez más cortos. Otros corredores optaron por andar y su velocidad no era mucho menor que la mía. Ese maldito puente a 700 metros de meta estaba impartiendo justicia y dictaminaba que yo no merecía bajar de dos horas en una media maratón. La ascensión se eternizaba aunque iba perdiendo gradiente y mis pasos eran muy cortos, seguían siendo muy cortos. Miré el cronómetro, 1h58m y tocaba bajar ¡Por Dios que rabia! Aún podría ser. Alargué la zancada, la teoría era buena pero los impactos machacaban mis articulaciones, ganaba en rapidez pero no lo suficiente. Última rotonda, la que hay a poco más de 100 metros de meta, ya veía el arco de meta. Otra mirada al crono: 1h59 y algunos segundos que no alcanzaba a ver. Y lo que hacía no parecía un sprint. Me saludaron a mi izquierda, me dieron ánimos. A penas acerté a ver a Cris, Sergio y Jaime. Sólo 50 metros unos cuantos pasos más perro ya estaba furioso. Linea de meta. Detuve mi tiempo y vi 2:00:16. Maldición, el último kilómetro fue el de peor tiempo de todos. ¡Maldito puente! No pudo ser.